domingo, 22 de enero de 2012

Culpita de Dios: las enseñanzas del Padre Navy

Seré sincera si les cuento que me gustaba más ir a la escuela. Esto de mudarse tan lejos para hacer una carrera universitaria es tedioso. Ni les diré de las personas; las hay de todas las formas y colores en la ciudad. Ya me lo dijo el Padre Navy antes de partir: “cuidado con esas facultades públicas, siempre hay gente con ideas extrañas lista para confundirte”. Dicho y hecho. Gracias a ellos, mejor dicho por su culpa, todo es más complicado desde que me mudé. Qué dirá el Padre Navy cuando le cuente lo mucho que me cuesta concentrarme durante la misa. Es así el Padre Navy, tanto se preocupa por nosotros el pobre… No quisiera imaginar qué sería de mi pueblo sin el Padre Navy y sus enseñanzas, sin su escuela ni su iglesia. Por ejemplo, yo sería como todas esas chicas jóvenes que se prostituyen en los boliches, besando a unos y otros. Y digo besar por no decir cosas peores, porque estas chicas de ahora sí que lo hacen todo. Creo que nunca voy a olvidar aquella clase de catequesis en octavo, cuando el Padre Navy nos explicó que cuando una chica joven pasa de uno en otro lo que hace es la prostitución, lo que hace con su cuerpo –¡templo del Espíritu Santo!, ¡casa de Dios!- es venderlo, profanarlo y prostituirlo. Gracias señor por darnos al Padre Navy.

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